Continúo con el Romanticismo...
En cuanto al artista romántico, buscaba escapar de la realidad que lo abrumaba y lo angustiaba, por eso, las obras suelen representar épocas pasadas o lugares lejanos. El artista se refugiaba en sí mismo y se aislaba de la sociedad dando lugar a lo que podemos llamar genio incomprendido; un genio romántico que se destaca por su imaginación, creatividad y vida atormentada, a diferencia del genio del renacimiento que se destacaba por su impecable manejo de la técnica dentro del arte.El movimiento también aportó un nuevo carácter del paisaje, en el que la naturaleza resultaba una metáfora del mundo interior del individuo y no un mero contexto en la escena. Por ejemplo, un volcán podría simbolizar la pasión, una montaña nevada podría simbolizar la soledad y la melancolía. El sentimiento romántico de la naturaleza no es una teoría estética y una forma de sensibilidad, es una revelación por la que el hombre, tras la ruptura con el mundo social, se identifica con el universo natural hasta fundirse con él en la vida profunda del alma. Es el Romanticismo quien devuelve a la naturaleza su eterna función de refugio.
Ya el Romanticismo moderno va a oponer frente al sentimiento, la imaginación; frente a la naturaleza reflejada, la naturaleza trascendida. Entonces no será extraño ver cómo surge la tentación de abandonarse al dictado de las oscuras fuerzas del subconsciente, y ese abandono es sentido como una huida y como una liberación. La poesía del siglo XIX rinde culto a la noche como territorio privilegiado del sueño y de la imaginación; muchos poetas invocan a la noche como confidente y serán los visionarios en cuanto a la importancia de la inspiración onírica en la génesis del acto creador. El concepto de belleza era referido como un ideal de grandeza absoluta con gran capacidad de conmover. De ahí, el uso de símbolos que reflejaban la idolatría a un genio o héroe.
En otro rincón y un tanto lejos de este Romanticismo ya descrito, aparecen los “poetas malditos”, conocidos por su radicalismo vital y artístico, por su profunda rebelión social que les conduce en muchos casos a la pobreza, al alcoholismo o al suicidio.
Los escritores del Romanticismo tuvieron diversas posturas en relación con el compromiso político. El primitivo lirismo deja paso muy pronto a una consideración del arte subordinado a los ideales políticos y este giro ideológico viene determinado por las revoluciones de 1830 y 1848. Muchos escritores considerarán que su deber es no permanecer ajeos a la actualidad de su país y es así que intervienen activamente en la política.
Del otro lado, el escepticismo se instalará a causa del fracaso de las revoluciones, de la sumisión al poder de muchos de los que eligieron el activismo político. El escritor romántico desengañado buscará en la soledad y en la disidencia sus nuevas señas de identidad, intentando ser a la vez profeta, maldito y Dandy. Los novelistas denunciarán la falacia de un género que mantiene a sus lectores en la ignorancia de lo que ocurre a su alrededor. Mientras que los poetas van a apartarse de toda efusión sentimental y del canto a la naturaleza convencional. Y si estos últimos sucumben y eligen huir hacia universos de ensueños y paraísos artificiales, los novelistas se propondrán dar un testimonio cada vez más penetrante de esta sociedad que los rechaza y a la que rechazan.
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