Las mujeres a lo largo de la
historia de la literatura, fueron relatadas por los varones en todos sus aspectos. En la ficción y fuera de ella, nada acontecía
en una mujer que no fuese explicado por un varón: sus
sentimientos, sus emociones y sus sentidos; el funcionamiento de su psiquis y
el de su cuerpo.
Tales argumentaciones, detalladas y muchas
veces talentosas, construyeron una mujer ideal a gusto
y placer del más común de los hombres, que fue propagándose en la sociedad. Este concepto de lo que era la
hembra humana tuvo por intención el no inocente deseo de dominarla, ya que construyó, desde todos los ámbitos culturales, una mujer con un grado menor de
inteligencia que él, físicamente débil y necesitada de su fortaleza para
subsistir.
Todas estas “cualidades”
adjudicadas, la convirtieron dentro de la sociedad y ante sí misma en un ser
inferior al hombre.
Simone de Beauvoir sostenía que
“el discurso masculino se afirmaba
mediante perspectivas misóginas que implicaban estructuras de dominio social
largamente extendidas y mantenidas con las correspondientes líneas de opresión
política y económica.” En su teoría
dejó claro que la definición de mujer se hizo respecto al rol que ejercía en ese momento: el de esposa, hija, hermana. Sus características nunca provinieron de su genética
sino de su educación y de los mandatos sociales que terminaron pariendo un “producto calificado de femenino".
En la actualidad nada quedó de aquella construcción femenina que provocó luchas por la igualdad durante todo el siglo pasado, ya que hoy esta mujer surgida de aquellas antiguas disputas, tomó las riendas de su destino construyendo un discurso propio y liberador sobre lo femenino.